El pueblo que borr+o Mitch

miércoles, 7 de abril de 2010

LA OTRA LUCHA


Ganó muchas medallas por sus habilidades en la lucha grecoromana. Y como suele ocurrir, aquí y en cualquier parte del mundo, con el éxito vino la gloria, el desenfreno y, al final, la tragedia. Víctima de sus propios males, que lo dominaban, quedó tumbado en la más triste de las lonas, la del abandono. Cuando estaba a punto de lanzarse al abismo, se detuvo. Desde entonces, su vida cambió y ahora recorre la ciudad, a bordo de su camioneta, en busca de los más desamparados, a quienes les da cariño y les enseña los secretos del deporte

Texto y Fotos/Jaime García
vertice@elsalvador.com


Esa noche, a Jesús Amílcar Alvarado no le tembló la mano para agarrar su pistola, una Magnum 3.57 milímetros, y ponérsela en la sien

Una voz le decía en su cabeza que lo hiciera, que estaba solo, sin su esposa, sin sus hijos... que no valía la pena seguir vivo.

Cuando uno de sus dedos estaba a punto de halar el gatillo y terminar con todo, escuchó a lo lejos que un predicador decía por la televisión que aún había esperanza y que aquellos que estaban solos, sin sus seres más queridos, todavía podían seguir luchando.

El hombre lanzó el arma lejos y cayó desplomado tratando de no ahogarse en el llanto, en la soledad. En su residencia no habían gritos de niños, ni la voz de su esposa porque hacía meses que lo habían dejado. El abandono lo había llevado a esa extrema decisión, pero tras ese amargo momento su vida daría un vuelco.

Jesús Amílcar fue un niño sin padre. Recuerda que todas las tardes se sentaba frente a su casa y esperaba que su padre apareciera. Nunca lo hizo.

Bajo los cuidados de su madre, caminó por el buen sendero. Se interesó por el deporte hasta convertirse en uno de los mejores luchadores de la disciplina grecoromana en el país. En 1980, integró la selección nacional de esa rama deportiva.

En Ponce, Puerto Rico, ganó su primera medalla. En Montreal Canadá, en 1986, obtuvo el sexto lugar en el campeonato mundial juvenil.

En otro campeonato en el que participó en la ciudad de México obtuvo su segunda medalla de oro en la lucha grecoromana. Logró coronarse campeón en ocho oportunidades. La grecoromana es una pelea de fuerzas físicas cuerpo a cuerpo.

Y como suele ocurrir con muchos famosos, con la gloria también vino el desenfreno y, al final, la desgracia. Las celebraciones se multiplicaron y el licor se derramó por doquier. Cuando parecía volar más alto, terminó enganchado en otros vicios.

Y después de la efímera alegría apareció la soberbia, la violencia y los maltratos a su mujer. “Me había vuelto irascible”, admite.

La lección

Luego del fallido suicidio, Jesús Amílcar entendió lo amargo que es estar a la orilla del precipicio, por lo que inició una de sus luchas más difíciles y cruciales: dejar el alcohol. Con la sensatez de la sobriedad tomó otra decisión: ayudar al más necesitado.

Abordo de su camioneta todoterreno, este medallista redimido recorrió las calles de San Salvador en busca de los más débiles y abandonados: niños harapientos lanzados que deambulaban por las duras calles capitalinas.

Muchos de esos menores estaban consumidos por la inhalación de la pega, del crack o el consumo de alcohol o marihuana.
Otros se ganan la vida con sus padres o encargados en las calles.

La falta del amor que Jesús necesitaba fue rápidamente llenada por esos débiles infantes, que lo veían como el padre o la madre que no tenían. Llegaron a quererlo porque cuando él se les acercaba a abrazarlos, no sentía repulsión, sino que les mostraba una atención sincera.

Las huellas

El medallista recuerda que al primer niño que encontró fue a Marvin, cuando, literalmente, escarbaba en un basurero en la colonia Monserrat.

Marvin estaba a punto de liarse a golpes con otro menor, cuando intervino Jesús -“le voy a dar un dólar al que gane la pelea. Pero van a pelear con reglas y con disciplina”- les dijo.

Los pequeños subieron al auto y a los pocos minutos estaban en un salón de la escuela Ramón Belloso, de la Monserrat, en donde Jesús impartía clases de física.

Luego de varias piruetas torpes, los dos pequeños quedaron empatados, por lo que cada uno se ganó un dólar.

Con el paso de los días, la cercanía entre Jesús Amílcar y Marvin aumentó, al punto de convertir la relación entre padrino y ahijado.

El pequeño también se interesó por el deporte, al punto que fue declarado mejor atleta de juegos estudiantiles cuando tenía diez años.

En ese devenir, Marvin afrontaba su otra lucha, la existencial: dejar las calles y ponerse a estudiar.

Mientras tanto, el medallistas seguía abordo de su auto, en busca de más desamparados. No le costó encontrarlos, a la espera de limpiar el parabrisas de un carro para ganarse unos centavos. A todos les ofrecía lo mismo: afecto y deporte.

Aún hoy en día sigue ocurriendo los mismo. Cuando Jesús se les acerca parecen salir del letargo y la desesperanza.

“!Cuando nos va a traer sopita!”, le dice Jeny en la intersección de la 25a. Calle Poniente y la prolongación del Bulevar Tutunichapa. Ella viste ropas desgarradas y tostadas por la mugre.

“Es una mujer que su marido la llevó al mundo de las drogas y hoy no puede salir”, explica Jesús Amílcar. Tras el breve encuentro, que duró el tiempo que dio el semáforo, Jeny regresó a los cartones que le sirven de cama y de hogar.

En otra calle, cerca del Bulevar de Los Héroes, un grupo de niños, corren a la camioneta porque ha llegado al que ellos llaman “el hermano”.

Gustosos cogen las naranjas que Jesús les ha llevado para que mengüen el hambre y la sed. Algunos de esos niños pasan todo el día en la calle, junto a sus madres o encargados que venden diversos artículos en los semáforos. Otros están en abandono.

Como muestra de agradecimiento, uno de esos niños tomó cuatro de los frutos e hizo malabares para el hombre que les lleva alimentos o ropa. Después de conversar con los pequeños Jesús Amílcar los invitó a unirse en una oración.

Pero la historia de este samaritano termina aquí. Por las tardes, muchos niños suben a su camioneta en busca de un refugio deportivo.

Por varias horas, menores y adolescentes hacen ejercicio y deporte en los salones de la Villa Olímpica o en el Instituto Nacional de los Deportes, guiados por el medallista.

“Estos niños son agresivos con la gente en la calle porque están llenos de ira. Tienen rabia contra todo mundo porque han sido maltratados, viven en las calles o porque las drogas los sumen en la violencia.
Un auxilio. Dos menores golpean un saco en la Villa Olímpica.

Pero cuando hacen deporte descargan esa rabia y cuando vuelven a las calles su actitud agresiva se reduce”, reflexiona.

Algunos están a punto de salir del túnel y convertirse en promesas del boxeo o la lucha. Los que vuelven a las calles lo hacen sosegados.

Ya en la soledad, Jesús Amílcar reitera que siempre fue un triunfador y que sólo la vida logró vencerlo. Cayó y aprendió a levantarse.

Asaltado por ayudar a adultos

Cuando el deportista entró a la comunidad Tutunichapa para buscar a los adultos desamparados, fue asaltado por un sujeto que aparentaba estar drogado.

Jesús Amílcar, junto a su hijo de cinco años, había comprado diez platos de pupusas y plátanos con café para entregarlos a los sin hogar.

-¿A quién busca?- le preguntó el hampón al deportista.
- “!Tranquilo, vengo a dejar ropa y comida!”, le respondió.
En acera. La conversación con los infantes es de vital importancia para conocer sus necesidades.

El ladrón le arrebató el reloj y otras prendas y escapó.
Luego de entregar los platos de comida, los drogadictos le dijeron que le encontrarían sus pertenencias y se las devolverían.

Dicho y hecho, a la media hora su reloj y lo demás robado le fue devuelto.
El deportista reconoce que es más difícil trabajar con los adultos, porque algunos están drogados.

Recuerda que varios jóvenes que por años frecuentaron los sitios de consumo de drogas, lograron recuperarse por medio del deporte.

Dice que primero se mostraban reacios por los efectos que los estupefacientes producen en ellos, sin embargo con el tiempo lo superaron.

Incluso, dice, algunos ahora sirven en iglesias y continúan con la obra de dar un poco a los que más lo necesitan en las calle.

“Cuando la casa de uno es una caja de cartón, un plato de comida o un café caliente nos hacen la vida menos amarga ”
indigente.


TOMADO DE PUBLICACION DE EL DIARIO DE HOY

2 comentarios:

Mario M dijo...

Buena historia jaime. Mirá, te voy a agregar a mi lista de blogs favoritos ¿te parece?

Unknown dijo...

Gracias marito