El pueblo que borr+o Mitch

miércoles, 12 de noviembre de 2008




EL RECUERDO DE CHILANGUERA


Recuerdo ese día. Era 31 de octubre de 1998. En el recuerdo de los salvadoreños esa fecha se llama Mitch, un poderoso huracán que causó pérdidas de vidas humanas y materiales en El Salvador.
Era sábado y estaba de turno en la Redacción de El Diario de Hoy. Llovia poco por la mañana y según las predicciones meteorológicas Mitch estaba sobre Centroamérica y no se auguraba que se dirigiera a territorio salvadoreño. Error.
El jefe de entonces nos dijo que nos apuraramos porque iriámos a su casa a "echarnos unos tragos" porque era Día de Brujas.
Pero cuando el reloj marcó las 7 de la noche todo cambio. La radio YSKL reportaba varias tragedias en el país. Mitch estaba sobre El Salvador con toda su furia.
Escuché que el pueblo llamado Chilanguera había sido arrasado por el desborde de un río. Le pedí al jefe que me dejara ir al lugar. Esperé que llegara un pick up doble tracción que venía de otra asignación.
Junto con el recordado y gran fotoperiodista Álvaro López emprendimos el viaje. Álvaro tuvo que no hacer caso a su jefe de quedarse para cubrir la entrega de una motocicleta en un sorteo de algo y se embarcó en el peligroso viaje a San Miguel.
Peligroso porque encontramos piedras, palos y postes tirados en la carretera Panamericana, con una lluvia tenáz que no permitía ver el camino.
Para colmo unos asaltantes intentaron, con armas en la mano, detener la marcha de nuestro vehículo cerca de la zona llamada La Quebrada Seca en San Vicente. "Acelerá, no te detengas, le dije a Álvaro". Gracias a Dios nada pasó.
Con nosotros iba un fotoperiodista de El Periódico Más y el corresponsal de la AP Edgar Romero.
Cuando llegamos a la Presa sobre el río Acelhuate se me vino a la mente la película de Moisés, cuando abre el mar rojo.
Era impresionante lo aumentado que estaba el río. El puente Bayley no existía más. La fuerza del agua lo había derribado.
Pasamos por una calle de cemento encima de la presa.
Cuando llegamos a San Miguel, la calle a Chilanguera estaba inundada. Nos resignamos a quedarnos a esperar que amaneciera en ua gasolinera. Nuestra suerte fue que a esa gasolinera llegó un camión del Ejército que llevaba unos 40 ataúdes hacia Chilanguera. Nos pegamos a ese camión que atravezó una pequeña montaña para llegar a Chilanguera. Lo logramos.
Pero al llegar encontramos familia destrozadas por el dolor llorando sobre los cadáveres de sus parientes. Un corpulento hombre nos reclamaba que tomaramos fotos. Con paciencia le expliqué que si no se sabía nada de esa zona la ayuda no vendría, se serenó.
Esperamos una hora para que salieran los primeros rayos de sol y comenzamos a caminar sobre el lodo. Chilanguera, un pueblo de unas 200 casas no existía más.
Las piernas se nos enterraban en el lodo hasta las rodillas y avanzabamos de a poco. Encontrábamos reces muertas, casas y vehículos destruidos y cadáveres. Recuerdo que ví un enorme ojo de una vaca que sobresalía del lodo. El resto del cuerpo yacía bajo nuestros pies.
Pasamos casi todo el día caminando entre la destrucción y el olor a la muerte. Cuando salimos de la zona no podíamos caminar más.
Literalmente, nuestros pies no daban más.
Cuando descansábamos apareció un grupo familia y un hombre cargaba el cadáver de un niño. Esa foto la captó Álvaro López. Fue la portada de El Diario de Hoy que titulaba "DOLOR NACIONAL".

Dos años después, esa foto ganó un premio monetario que Álvaro compartió con los niños sobrevivientes de Mitch. Cuando llegamos al mismo lugar de la tragedia ya habían nuevas casas donadas por el Gobierno.
Álvaro y yo llevamos piñatas, dulces y otras golosinas para los niños. Ese viaje me dejó a mi la oportunidad de hacer un nuevo reportaje "LOS HUÉRFANOS DE MITCH".
Recuerdo que una niña me contó que logró sobrevivir aferrada a una vaca que le sirvió de balsa y de escudo. La menor terminó exhausta agarrada de la copa de un árbol.
Volver a ese lugar me trasportó al día de al tragedia. Al día en que Mitch acabó con los sueños y vidas de niños, jóvenes, adultos y ancianos salvadoreños. Mis hermanos.

domingo, 7 de septiembre de 2008



La muerte de los entrevistados

Llegué temprano a la redacción y por medio de una fuente supe que la Fuerza Armada iba a destruir bombas que habían quedado esparcidas entre calles de la colonia 5 de Noviembre y las aledañas al cuartel del Batallón de Sanidad Militar.

En esa guarnición un 10 de mayo hubo una enorme explosión en el llamado "polvorín" que lanzó por los aires artefactos exlposivos en una gran radio a la redonde.

Ese día de milagro no murió nadie, a excepto de una mujer que aseguraron le dio un infarto al corazón por la angustia de que las bombas zumbaran por su casa.

Resulta que la Fuerza Armada se llevó las bombas sobrantes a un predio que ocupan para prácticas en el departamento de La Paz.

Al lugar llegamos cuatro medios, entre ellos El Diario de Hoy. Me acompañaba un recordado amigo y compañero Manuel Orellana.

Cuando llegamos no nos querían dejar entrar, pero tras gestiones pasamos al terreno. Bajamos por una tipo quebrada a ver las bombas que habían sido puestas en línea.

Subimos de la quebrada y nos pidieron que nos alejaramos y activaron las bombas. Tras la explosión, un agente de la PNC y dos soldados del Ejército nos explicaron la forma en que eran destruidos los artefactos que habían quedado dañados desde el incidente del 10 de mayo.

Tras las entrevistas, los expertos en explosivos bajaron a la quebrada nuevamente. Manuel me rogaba que bajaramos de nuevo porque "sentía que podía pasar algo". Le recriminé que no porque teníamos otra asignación y había que cumplirla. A regañadientes nos comenzamos a alejar de la quebrada.

y cuando se disponían a preparar la carga se produjo otra explosión no controlada. Cuando corrimos a la quebrada yacían los cuerpos del policía y de los soldados destrozados por la explosión. Varios camarógrafos resultaron con esquirlas en las piernas. Estaban aturdidos, heridos, pero vivos.

A Manuel le temblaban las manos y fumama viciosamente como ahogando sus miedos. "Me salvalste la vida", me dijo con su rostro temeroso. El día terminó en la sala de redacción escribiendo una historia, en la que Manuel y yo pudimos ser la historia.
CAPÍTULO I

Pensé que iba a morir.

El agua poco a poco iba subiendo de nivel. Mis pies apenas tocaban con la punta el suelo mientras verdaderas alfombras de hormigas flotaban cerca de mi cara. Los pequeños insectos se habían apretujado para lograr flotar y llegar a tierra firme o aferrarse a un tronco. Esa era su arma; permanecer unidas.

El temor más grande era caer a un pozo destapado y que nadie me viera. Cuando mis fuerzas parecían flaquear logré sujetarme de un alambrado de púas que laceraron mis tullidas manos. No lograba ver a nadie más por lo que mi esperanza era alcanzar a mi compañero fotoperiodista que se había adelantado


.Mi cabeza era un puñado de pensamientos depresivos que me obligaban a avanzar contra la corriente del río paz. Por un momento me sumí en un ensueño, pensando sobre lo agónico de morir ahogado. En alguna parte había escuchado que cuando el agua penetra a los pulmones estos se sienten reventar y el instinto de supervivencia te hace recobrar las fuerzas que creías perdidas.

Casi flotando alcancé al fotoperiodista que me acompañaba en esa nueva aventura durante uno de los peores temporales del país. Todos los pueblos de la Costa Azul estaban inundados tras varios días de persistentes lluvias.

El país estaba sumido en alerta roja.Teníamos que llegar hasta los últimos pueblos de la zona en donde la gente había quedado incomunicada y apenas sobrevivían con los pocos alimentos y ropa que rescataron de sus anegadas casas.

Cada rostro compungido de los niños mojados hasta las vísceras era como una bofetada para nuestros más reconditos sentimientos altruistas. Pensaba en mi pequeña hija Gaby y en cada rostro infantil mojado que veía la miraba a ella.

Esto me hacía recobrar el ánimo y emprender la penosa caminata entre el lodo y las fuertes correntadas.No había casa que no estuviera sumergida casi hasta el techo. Algunas personas se habían ingeniado para subir a los techos y esperar por la ayuda. Algunos animales domésticos yacían ahogados y otros del campo intentaban sobrevivir aferrados sobre un árbol. De pronto aparecían los socorristas para evacuarlos a lugares seguros.

Dice un dicho " que no hay algo más valioso que el corazón de un voluntario". Y en estos casos se comprobaba una y otra vez. Uno de estos socorristas notó que apenas tenía fuerzas para seguir avanzando y me ofreció subir a un cayuco que llevaba para sacar a los pobladores. No tuve el valor para subirme a ese medio de transporte. Mi orgullo me reclamaba que el cayuco era para gente que en verdad lo necesitaba. Además, mi presencia ahí era voluntaria.

Ayer fue un día duro. (sigue)

jueves, 4 de septiembre de 2008

A través de los ojos de un periodista


Cuando la guerra civil en El Salvador había terminado pero las bandas delincuenciales, remanentes de ex militares y guerrilleros abatían el país, en mi mente se gestaba un único fin: convertirme en un buen periodista.

La idea no les cayó en gracia a mis progenitores porque habían visto por la televisión morir a muchos reporteros en las calles del país cuando los combates entre el Ejército y la guerrilla del FMLN se trasladaron del campo a las ciudades y yo apenas contaba con 19 años.
El primer tropiezo que tuve fue que la Universidad de El Salvador (UES) estaba tomada por los militares, que la acusaban de ser una guarida de los comandos urbanos del movimiento irregular.
Los primeros estudios de admisión a la licenciatura de periodismo tuve que hacerlos en el exilio, es decir en edificios privados que la universidad alquiló para tratar de iniciar las clases. Semanas después, los estudiantes marchamos hacia el campus universitario para participar en un acto en el que se devolvía a la sociedad las instalaciones universitarias.

Ya en el campus comencé a estudiar mi pasión: el periodismo. Cuando apenas llevaba un año de estudios, en vuelto en miles de papeles, ingresé a laborar a medio tiempo en la Radio Cadena Central en el programa "Música y Noticias". Ahí trabajé a la par de uno de los periodistas que cubrió los 14 años de cruentos combates. René Hurtado, quien en un accidente de tránsito perdió la vista.

Fueron cuatro tres años en la estación radial que me dieron mis primeros dotes de experiencia combinándola con los estudios. Otra experiencia, la tuve en la Radio Cadena de Oro, cuando cubrí elecciones presidenciales que llevaron al poder al Dr. Armando Calderón Sol.

La vida periodística continúe cuando ingresé al quincenal diario El Salvador Día a Día, el cual se reporteaba en el país pero se publicaba en los Estados Unidos. Los conocimientos académicos los puse a prueba ya que laboré como fotoperiodista, reportero y laboratorista. Se ganaba poco pero se aprendía mucho. Fue un año de estar en ese lugar.

Una anécdota curiosa me ocurrió un día en el que caminaba por las calles de San Salvador. sólo con mis pensamientos.
Un repentino impulso me hizo entrar al edificio del periódico sensacionalista La Noticia, un apéndice de La Prensa Gráfica, uno de los rotativos más influyentes del país. Resulta que pregunté a las recepcionistas que quien era el jefe y que me urgía hablar con él personalmente.

Mi decisión era tal que las dos mujeres me permitieron pasar a la quinta planta en donde toqué a la puerta del editor jefe, don Carlos Flores, a quien le pedí trabajo como reportero.
¿Cómo llegaste hasta aquí?-, me preguntó.
- Preguntando- le dije.
- Por haber llegado hasta mi oficina, te voy a dar el trabajo-, me contestó.

Sentí que las puertas del cielo se abrian y me marché pensando en la oportunidad que se me presentaba, pero el destino no lo quiso.

A los días de haberme examinado para el puesto don Carlos Flores murió de un paro al corazón. Cuando me enteré el mundo se derrumbó para mi ya que en La Noticia nadie me quiso dar el trabajo.
Continué en la universidad y un día en la mañana, dos compañeros me contaron que irían a examinarse a El Diario de Hoy. Tomé varios curriculum y los acompañe al rotativo al siguiente día. Mis compañeros no pasaron las pruebas pero yo sí gracias a los años de experiencia que me dejaron las radios y el quincenario.

Como era de una universidad tildada de izquierda y El Diario de Hoy era de derecha tuve algunos tropiezos para poder entrar pero ras sortearlos ingresé a la plana de redacción en la sección policial-judicial.

Recuerdo que mi primer reportaje fue sobre el secuestro y liberación de una familia hondureña. Los secuestradores murieron a tiros con las autoridades.

Han pasado diez años desde que entré a El Diario de Hoy, en donde he escrito miles de artículos, crónicas y entrevistas. Desde la nota roja hasta reportajes a fondo.
El Salvador ha sido testigo de terremotos y huracanes que han asolado cientos de comunidades y la delincuencia golpea más que la guerra y cada día hay trabajo para ésta profesión, la del periodismo.
Ahora mi trabajo tengo que combinarlo con las tareas de mi hogar pero esa llama que surgió hace varios años sigue latiendo en mi cabeza, ser cada día un buen periodista.


Un ensayo

¿Porqué comencé a escribir este ensayo 16 años después de iniciarme en el periodismo. No lo sé. El escribir las memorias de las peripecias que se viven cada día en ésta profesión, es como un gusano que se retuerce en las entrañas queriendo escapar y plasmarse para siempre en un papel y que cobra vida cuando las letras lo llenan de historias sin fin.
Siempre he tenido en la mente que en el periodismo se viven las dos caras de la moneda porque en un día se puede conocer la opulencia y la pobreza extrema en cualquier país que uno se encuentre o también se puede conocer la nobleza de un ser humano, así como la bestialidad de una persona, que olvida el amor natural o el respeto por la vida de sus semejantes y de la sociedad misma. Es la historia de amor y odio, de mal y bien, de lo negro y lo blanco, de lo amargo y lo dulce, de la alegría y de la tristeza.
Es casi mágico el sentarse frente a un ordenador y ver aparecer ante tus ojos una mini obra literaria que al día siguiente será consumida por los lectores de un periódico o de una revista. Es como crear un hijo que a en unas horas crecerá y al día siguiente se habrá marchado de tu lado para quedar plasmado en la historia de un pueblo. Pero cada día otro hijo del papel nacerá de los hechos y del pensamiento.
La idea es nuestra materia prima, nuestra maquinaria el pensamiento, nuestra fábrica las manos y la verdad nuestro objetivo. ¿La verdad?, sí puede ser relativa, pero al fin es la verdad de todos.
Quede entonces para la historia este otro hijo del papel, que a diferencia de los que se marchan al día siguiente, éste se quedará con nosotros como un legado para las nuevas generaciones de periodistas.